ATENDAMOS DILIGENTEMENTE EL ÚNICO MENSAJE SALVADOR (Heb 2:1-4)- 03/03/24

Transcripción automática:
Esta mañana, con la ayuda de Dios, vamos a seguir con la exposición secuencial que estábamos haciendo de Hebreos. Como introducción, en los capítulos anteriores habíamos visto que Jesús es la revelación final del Padre, superior a los profetas, y que, por su naturaleza divina y posición real, es superior a los Ángeles. Todo ello, con pruebas bíblicas a la audiencia original, con los textos del Antiguo Testamento que su audiencia conocía, para que noten que Cristo es el norte al que apunta toda la Escritura: el Dios-Hombre, el Mesías prometido, el único y suficiente Salvador.

Yendo al mensaje de hoy, el mismo está titulado así: «Atendamos diligentemente el único mensaje Salvador». Vamos a desarrollar la Epístola a los Hebreos, capítulo 2, versículos 1 al 4. Dice así la Palabra del Señor: «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los Ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande, la cual habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos con señales, prodigios, y diversos milagros, y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad?»

Hasta ahí el texto bíblico que vamos a desarrollar, hermanos. Nuestro mensaje de hoy tiene previstos tres pensamientos que este texto de Hebreos enseña al pueblo de Dios. Para los hermanos que toman nota, les va a servir:

  1. Atiende diligentemente el evangelio.
  2. Despreciar el evangelio produce muerte.
  3. El evangelio es el único mensaje salvador.

Nuestro texto, al arrancar, ya de entrada nos coloca en el primer pensamiento: «Atiende diligentemente el evangelio». Dice Hebreos 2:1: «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos». En el capítulo 1, Dios nos mostró y nos hizo saber, y nos hizo hasta saborear, la eminencia, la grandeza de Cristo, que es superior a los profetas, creador de los mundos, superior a los Ángeles, sentado a la diestra del Padre, y siendo Él la revelación misma. Entonces, hay que escuchar lo que Él dice. Cuanto más exaltada es la persona que te habla, tiene más autoridad, y el oyente le tiene que escuchar con más atención. Ese mismo versículo dice: «Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído». En otra versión queda así: «Entonces estamos obligados a escuchar con mayor atención lo que se nos ha dicho por temor a desviarnos del rumbo». Negarse a prestar atención a la palabra dicha tiene consecuencias perjudiciales que nos pueden llevar a la ruina. Es por eso que el escritor a los Hebreos, habiendo primeramente hablado de la excelencia y el poder salvador de Jesucristo, les exhorta a que atiendan con más cuidado, esmero y celo el mensaje, dándole toda la importancia porque es de vida o muerte.

El escritor a los Hebreos, cuando hace esta exhortación de poner más atención y cuidado al mensaje de Cristo, inclusive se incluye a sí mismo. Debemos disponer nuestras mentes para escuchar atentamente el mensaje divino. Es como si el Señor estuviera diciendo que debemos guardar con todo el celo y con todo el cuidado la verdad redentora en el corazón como ese tesoro más precioso y más preciado. Esa es la idea de atender con más diligencia. Moisés, por ejemplo, enseñó al pueblo de Israel su credo: «Oye, Oh Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es» (Deuteronomio 6:4) y el resumen de los 10 mandamientos: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Él enseñó al pueblo para inculcar las palabras del pueblo y la ley a sus hijos, hablase de ellas constantemente, las atase a sus manos y frente, y las escribiese en sus casas y p tales. Eso es atender, prestar atención, es aplicar la mente, considerarlo con mucho cuidado y con mucho celo. La excelencia de Cristo, su poder salvador para pecadores que en su naturaleza quieren alejarse, tienden a alejarse de Dios y de su verdad. Cuando creemos el mensaje, vuelve eficaz en nuestras almas. Para creer, tenemos que entender la Palabra de Dios, y para entender la Palabra de Dios necesitamos prestar atención. La clase de atención de la que habla Hebreos en el versículo 1 es una aprobación total, firme, fija, que haga que cada fibra de tu mente y tu corazón se someta al evangelio; que tu corazón y tus afectos sean cautivados y toda tu vida se someta al evangelio; que tus afectos, que todo tu ser sea afectado por esa verdad poderosa del Cristo resucitado que salva pecadores de la ira de Dios. Entonces, la exhortación comprende el conocimiento de la Palabra, la fe en ella, la obediencia a ella y todos los demás debidos respetos, como dice el Dr. Rogo.

Ahora bien, si no atiendo con más diligencia lo que escuché acerca de Cristo, ¿qué consecuencia tiene? La respuesta está en el segundo pensamiento que nos transmite la Escritura a los Hebreos: «Despreciar el evangelio produce muerte». Continúa la Palabra de Dios hablando y diciendo en Hebreos 2:1: «No sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los Ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?» Pero nos concentramos ahí: «Porque si la palabra dicha por medio de los Ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución». Bueno, ¿qué pasa si se desprecia el evangelio? Si no se le da importancia, la respuesta está en esas cinco palabras: «No sea que nos deslicemos», o «nos escurra», «naveguemos a la deriva», o como dice la Reina Valera Contemporánea: «nos extraviemos», o inclusive la traducción en Lenguaje Actual: «Por eso debemos poner más interés en el mensaje de salvación que hemos oído», y dice: «Para no apartarnos del camino que Dios nos señala». Si el mensaje de salvación es despreciado, entonces queda su antónimo: la perdición. Eso es obvio. Como nos decía anteriormente en el capítulo 1 sobre Jesús, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad de las alturas. Ahora, si no tienes a Cristo, quien es la revelación final en la cual se muestra la gloria de Dios y la gracia de Dios, y quien pudo satisfacer la justicia perfecta de Dios y quien recibió la ira de Dios que le correspondía al pecador, ¿qué te queda? El mensaje de Cristo es un mensaje de salvación y el único mensaje salvador, el único camino al que estos judíos hebreos debían apuntar, debían tenerlo en sus mentes y en sus corazones. El único mensaje que tiene poder para redimir pecadores. Y si no se cree en ese mensaje, si no se atiende ese mensaje por la obra milagrosa y transformadora del Espíritu Santo, entonces ocurre el deslizamiento, el extravío, el apartamiento, y por ende la condenación. Fuera del mensaje de Cristo, te queda un mensaje, pero el mensaje de los Ángeles, que es la ley, la cual Israel no pudo ni tampoco nosotros. Si la palabra dicha por medio de los Ángeles fue firme, cuando el escritor a los Hebreos dice que la palabra hablada por medio de los Ángeles apunta a la ley que Dios dio a los israelitas en el monte Sinaí. En la Biblia hay un pasaje que habla sobre la presencia de Ángeles en el monte Sinaí. En la bendición que Moisés pronunció sobre los israelitas antes de morir, dice en Deuteronomio 33:2: «Jehová vino de Sinaí y deí les esclareció; resplandeció desde el monte de Pará, y vino de entre diez millares de Santos con la ley de fuego en su mano derecha.» O en la versión Nueva Biblia Viva: «El Señor vino a nosotros en el monte Sinaí, apareció desde el monte Seir, resplandeció desde el monte Pará, rodeado por diez millares de Ángeles, y con fuego flameante en su mano derecha.» Esteban, en su discurso ante el Sanedrín, en el famoso pasaje que conocemos como la defensa de Esteban, él habló de eso al decir en Hechos 7:35 en adelante: «A este Moisés, a quien habían rechazado diciendo: ‘¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?’, a este lo envió Dios como gobernante y libertador por mano del Ángel que se le apareció en la zarza. Este los sacó, habiendo hecho prodigios y señales en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por 40 años. Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: ‘Un profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él

oiréis.'» Y el versículo 38: «Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el Ángel que le hablaba en el monte Sinaí.»

En el Nuevo Testamento, Gálatas 3:19 dice: «Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la Simiente a quien fue hecha la promesa, y fue ordenada por medio de Ángeles en mano de un mediador.» O por conducto de Moisés, es decir, Dios le dio la ley a Moisés por medio de Ángeles para que él nos la diera a nosotros. Esa es la idea. En el Antiguo Testamento tenemos muchísimos ejemplos que demuestran que toda violación y desobediencia recibió justo castigo. En vez de mencionar ejemplos específicos en la historia del Antiguo Testamento, la Escritura a los Hebreos lo que hace es enfatizar el principio que enseña que transgredir la ley divina resulta en una justa retribución. Toda violación es mala, todo acto de desobediencia es una afrenta a Dios, es una ofensa a Dios que tiene su paga, que es la muerte. Si despreciamos el evangelio, la salvación en Cristo, que es la revelación final y que Él sí pudo satisfacer, el mensaje de los Ángeles, porque Él cumplió la ley, fuera de Cristo, ¿cómo se puede escapar del castigo? ¿Cómo se puede escapar del poder punitivo de Dios si somos pecadores? Esta misma pregunta le plantea el escritor a los Hebreos a su audiencia. Dice: «¿Cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?» ¿Cómo vamos a salvarnos si somos pecadores y corruptos, y ante la ley no tenemos la menor oportunidad de ser salvados por medio de nuestras obras? Job 15:15 dice: «He aquí, en sus ángeles no confía; ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos; ¿cuánto menos el hombre abominable y vil que bebe la maldad como agua?» El valor de la salvación nunca tiene que ser despreciado, ya que su precio fue altísimo. Su precio fue el sufrimiento y la muerte de Jesús, y a Él se le llama el autor de la salvación que lleva muchos hijos a la gloria, como dice Hebreos 2:10. Así que la salvación del creyente no se puede medir. Es una salvación tan grande, y así como nos enseña el versículo 2, el mensaje del Antiguo Testamento no pudo ni puede ser violado sin sufrir las consecuencias. ¿Cuánto más, entonces, debiéramos nosotros atesorar esta salvación? Si llegamos a atender el mensaje respecto a nuestra redención, es imposible escapar de la ira de Dios y del castigo. Cuanto más precioso es el regalo, mayor es el castigo si no se le tiene en cuenta. Cristo es el camino, la verdad y la vida; es la puerta, el pan de vida, el agua de la cual, una vez bebida, nunca más se tiene sed; el Alfa y la Omega, el principio, el fin, el primero y el último. Y como Cristo es el único Salvador, aquí vamos a tener de frente el tercer pensamiento: «El evangelio es el único mensaje salvador». Esta salvación, dice nuestro texto, anunciada primeramente por medio del Señor, nos fue confirmada por los que le oyeron.

El centro del capítulo dos, tal como lo fue el capítulo uno, es Jesús, el Hijo de Dios, que es Señor aún por encima de los Ángeles. Estos versículos, que habíamos visto en el sermón anterior, comprenden la superioridad del Hijo sobre los Ángeles. El método de la argumentación era mostrar el contraste entre Cristo y los Ángeles. Ahora, se muestra el contraste entre los Ángeles que transmitieron la ley y Cristo, que proclamó el evangelio.

Los Ángeles sirvieron de mensajeros cuando estuvieron presentes en el monte Sinaí, pero el Señor ha venido con el mensaje de salvación que Él mismo proclamó y que sus seguidores confirmaron por medio de la palabra hablada y escrita. En otras palabras, la ley de Dios le llegó a los israelitas por medio de los Ángeles desde el monte Sinaí; el evangelio fue proclamado por el Señor. En este versículo, «Esta salvación anunciada primeramente por medio del Señor, nos fue confirmada por lo que le oyeron», el énfasis está en la persona de nuestro Señor Jesucristo, siendo Su palabra cierta y fiel. Es verdad que los Ángeles trajeron el mensaje, mientras que Jesús trajo salvación. Juan 1:17 dice que la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

El Antiguo y Nuevo Testamento son la revelación escrita de Dios para el hombre, pero la plenitud de la redención se manifiesta en el Nuevo Testamento. Jesús, derivado del nombre Josué, que es salvación, fue el primero en proclamar las riquezas de la salvación en toda su plenitud. Es cierto que en los tiempos del Antiguo Testamento los elegidos de Dios conocían el evangelio, como dice Gálatas 3:16: «Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia.» No dice «y a los descendientes», como si hablara de muchos, sino de uno, y a tu descendencia, la cual es Cristo. Pero en el Antiguo Testamento el evangelio no fue proclamado públicamente ni completamente expuesto, porque los santos lo tenían bajo figuras y sombras, en promesas y en profecías.

Así, sin embargo, desde el momento de la aparición en público hasta el día de la Ascensión, Jesús dio a conocer la plena revelación redentora de Dios. Él, que descendió del cielo y que está sobre todos, fue enviado por Dios a dar testimonio de aquello que ha visto y oído. Su mensaje de salvación plena y gratuita fue el verdadero origen del evangelio. Y el mensaje de Cristo no es que se reveló y quedó ahí en la nada, sino que nuestro texto dice que fue confirmado por los que lo oyeron.

Algunos en la audiencia original pueden decir: «Pero yo a Jesús no le escuché en vivo y en directo; no le escuché proclamar su mensaje durante su ministerio en Israel.» El escritor a los Hebreos defiende de una manera magistral diciendo que el Señor mismo, que Jesús mismo, fue el primero en comunicar el mensaje de salvación, y después los que oyeron ese mensaje nos confirmaron que era verdad. Todos los testimonios coincidían, y la gente seguía creyendo y transmitiendo a Cristo, y vivía por Cristo y moría por Cristo a causa del mensaje oído y transmitido por la fe que viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios. Yo les pregunto: ¿Quién muere por una mentira? ¿Quién muere sabiendo que algo es una mentira? Nadie moriría por una mentira. Pero el que moría por Cristo sabía que Él era fiel y verdadero, que Él era la verdad, y que Él era la puerta, la salvación misma. Esto también significa que estos seguidores eran fieles testigos de la palabra y obra de Jesús.

¿Por qué? Por el testimonio de la palabra, toda inspirada, toda verdadera, toda inerrante e infalible. Lucas 1:1-2 dice: «Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos y fueron ministros de la palabra.»

Esto no deja lugar a objeciones. Ahora, si esto fuera poco, el principal confirmador del poderoso y único mensaje de salvación es Dios mismo. En el versículo 4 dice: «Testificando Dios juntamente con ellos, o sea, con los testigos fieles, con señales y prodigios, y diversos milagros, y repartimientos del Espíritu Santo según Su voluntad.» Las señales, prodigios, milagros y dones del Espíritu Santo también acompañaron la proclamación de la palabra de Dios en las primeras décadas del desarrollo de la iglesia cristiana. El Señor acompañó la proclamación de Su palabra con estos milagros. El libro de Hechos está repleto de vívidos ejemplos de esos milagros: Pedro sanó al cojo que se sentaba a la puerta del templo llamada la hermosa; reprendió a Ananías y Safira; restauró a un paralítico que no podía levantarse de su lecho; y resucitó a Dorcas de los muertos. Lea el libro de Hechos y vea si Dios no confirmó Su palabra y el poder de Su evangelio con señales y prodigios. La expresión «señales y prodigios» figura nueve veces en el Nuevo Testamento, y de las 12 veces que aparece, nueve están en los primeros 15 capítulos de Hechos, que relatan el primer crecimiento y expansión de la iglesia. La iglesia, que es la columna y baluarte de la verdad, se edifica sobre Cristo. Pedro también usa esa expresión en su Sermón de Pentecostés: «Jesús de Nazaret fue hombre confirmado por Dios ante vosotros por prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros a través de Él, como vosotros mismos sabéis.» Y si esto no alcanza, siendo esto una ironía, el único mensaje salvador es confirmado por los dones del Espíritu Santo distribuidos según Su voluntad.

Al fin y al cabo, es Dios quien atestigua la veracidad de su palabra, porque Dios lo dijo. Es verdad. Si interpretamos que las palabras «según su voluntad» abarcan las señales, prodigios y milagros, entonces Dios mismo es el agente que usa esos poderes divinos con el expreso propósito de sellar la verdad del Evangelio. En Marcos 9:1 en adelante, también les dijo: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder.” Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte, solos, a un monte alto y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”, porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; a él oíd.” Y luego, cuando miraron, no vieron a nadie consigo sino solo a Jesús.

Solo la misma nube que descendió sobre el Sinaí, esa misma nube que cubrió el tabernáculo y el templo en el Antiguo Testamento, envolvió a los discípulos esa noche. Desde la nube, ellos escucharon al Padre señalando a Jesús como su Hijo amado y su revelación final: “Escuchad a él”, porque aún Moisés y Elías testifican acerca de él. Y cuando la nube desapareció, Moisés y Elías ya no estaban allí, porque ningún otro hay salvación. Nadie puede ser salvo guardando la ley; así que Moisés desapareció, y la única función de los profetas es señalar a los hombres hacia Jesús. Así que Elías también desapareció. Solo importaba Jesús; él era el único que tenía que estar allí. Porque ningún otro hay salvación. No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual podamos ser salvos.

Ahora, hermanos, esta palabra ha sido expuesta, esta palabra ha sido explicada. ¿Qué enseñanzas podemos recoger para nuestra vida? ¿Qué aplicaciones podemos dar para nuestra vida diaria y para nuestra fe en Cristo? Una exhortación es: atiende con más diligencia la palabra para no deslizarte. Atiende cómo está tu cercanía hacia la palabra de Dios en dependencia del Espíritu Santo. ¿Estás diariamente atendiendo con más diligencia las cosas que oíste? El enfriamiento y el deslizamiento empiezan de a poco. “Hoy leo un poco menos” o “voy a ver tele” o “ya tengo sueño, estoy cansado, trabajé mucho. Mañana será otro día”. Bueno, y al otro día ocurre: no tengo mucho trabajo, salgo luego rápido, después llego a mi casa cansado y si leo un versículo, qué bueno, y si no leo, bueno, seguramente ya alguien se va a encargar el domingo de predicar la palabra. Eso puede poner en peligro tu alma. El pecado es engañoso y te ataca a traición, haciéndote bajar la guardia como si todo estuviera bien. Da lo mismo si lees o no lees, y cuando menos te des cuenta, ahí te tiró al piso. Es como relajarse y creer que saliste de la costa unos metros, pero ya te alejaste kilómetros del lugar seguro.

Repetidamente, el escritor a los Hebreos nos dice que no debemos apartarnos del Dios vivo. Si leíste ya la Epístola a los Hebreos, en el capítulo 3:12 dice: “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.” Porque nuestro Dios es fuego consumidor. Si te alejas del Evangelio, si desprecias su verdad, ¿qué te espera? Solamente caer en los brazos de Dios, pero como juicio para destrucción. El descuidar la palabra de Dios no parece ser la gran cosa, pero por la palabra de Dios sabemos que descuidar su palabra es una ofensa muy seria, porque es despreciar a Dios mismo, despreciar su palabra, despreciar la persona de Cristo.

¿Por qué no estudiar? ¿Por qué no leer acerca de la salvación tan grande? ¿Por qué no atesorar en mi corazón la persona de Cristo, si es mi única fuente de salvación? Al habernos dado Dios su revelación total en el Antiguo y Nuevo Testamento, es imposible para nosotros escapar de las consecuencias de la desobediencia o de la negligencia. Si el fuego del Evangelio se va apagando en tu corazón, tu sensibilidad a las cosas de Dios se irá adormeciendo, y tu interés por las cosas de Dios también. Es tan triste, porque descuidar esta salvación tan grande da paso a todo tipo de ruina de alcance eterno y también en esta vida. La obra del Señor es del Señor; él perfecciona la obra que empezó en tu corazón. Sí, pero las cosas ocultas son de él, más las reveladas son para nosotros, y su palabra dice que, si oyes hoy su voz, no endurezcas tu corazón ni te duermas en los laureles. Busca a Cristo por la mañana, medita, búscalo por la tarde, búscalo por la noche, porque él anda como león rugiente buscando a quién devorar. Y si te encuentra dormido, te va a devorar. Pero si te encuentra bien equipado con todas las luces espirituales prendidas y con la espada de fuego de su palabra encendida, correrás menos riesgo.

Cuántas personas, hermano, puedo recordar que han dejado la fe. Es triste cuando un profesante abandona la fe y anda sin esperanza, en total bancarrota espiritual y con la conciencia totalmente cauterizada. ¿Cómo escaparemos si descuidamos la única verdad salvadora? ¿A dónde vas a correr en el día de juicio si despreciaste la única puerta, el camino estrecho que lleva a la salvación? No hay salvación fuera de Cristo. No la hay. Y, por otra parte, una consolación que encontramos en el Evangelio para encarar nuestra lucha diaria contra el pecado que nos hace retroceder de la fe: aunque el pecado sigue siendo nuestro enemigo, sabes qué, hermano, ya dejó de ser nuestro rey. El pecado no puede enseñorearse nunca más de nosotros, porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. En otras palabras, ahora contamos con todos los recursos que emanan de la gracia de Dios por causa de nuestra unión con Cristo en su muerte y en su resurrección, de modo que ahora podemos obedecer a Dios, no perfectamente, pero sí con sinceridad. Ahora tenemos la capacidad de hacer uso de los recursos de gracia que Dios ha puesto a nuestro alcance para que crezcamos en santidad, mortificando el pecado y cultivando las virtudes que nos hacen ser cada vez más semejantes a Cristo.

¿Qué debe hacer el creyente ante esta realidad tan gloriosa? Apropiarse de esta verdad por la fe. Así también vosotros, considerados muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Si estás con Cristo, hermano, tu identidad ya fue cambiada. Tu identidad no está definida por los pecados de tu pasado, sino por la justicia y la obediencia de Cristo. Esa es la base por la cual ahora podemos cumplir con nuestras responsabilidades en nuestra búsqueda de esa santificación progresiva en dependencia del Espíritu de Dios y permaneciendo en comunión con Jesús. Recuerda que procurar la santidad no es ir detrás de una cosa, sino detrás de una persona. Nosotros no queremos meramente santidad; queremos al Santo en quien somos considerados santos y en quien estamos ahora siendo hechos santos en virtud de esa unión con Cristo. Ahora sabemos que disfrutamos de comunión con él, aunque esa relación sí se ve afectada por nuestros pecados y nuestra falta de diligencia. Nuestra relación con Cristo, hermano, puede ser más profunda cuando hacemos uso de los medios de gracia, y te exhorto a usarlos: lee la palabra, ora, ven a la iglesia, habla con los hermanos, empápate de Cristo, ora, suplica. No te levantes hasta que fluya el gozo en tu corazón de estar en presencia de tu Salvador. Cuéntale tus luchas con el pecado y que quieres ser conformado a su imagen. Recuerda que el mismo poder que levantó a Cristo de entre los muertos está a disposición de sus santos. Ánimo, hermano en Cristo. Amén.