EL PROBLEMA DE LA HUMANIDAD parte 2 (Rom 2:1-5) – 05/05/24

Vayan conmigo a la Epístola de Pablo a los Romanos, al capítulo 2, y en esta mañana vamos a leer del verso 1 al 5. Amén. Bien, dice la palabra del Señor: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas. Pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tú que juzgas, haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios».

Para ponernos en contexto, mis hermanos, Pablo venía hablando del problema que el evangelio de Cristo viene a solucionar. Él les había dicho en el capítulo 1, desde el verso 18 en adelante, que la ira de Dios estaba sobre los paganos inmorales que, injustamente, no reconocen a Dios. Al Dios creador le niegan y viven de espaldas a su ley, cometiendo toda clase de perversiones y pecados. Él había nombrado perversos sexuales, asesinos, inventores de males, desleales, sin afecto natural y una extensa lista de maldades y pecados.

Es probable que muchos que estuvieran ahí, o que estén leyendo a Pablo, al escuchar todo esto, hubiesen asentido a lo que Pablo estaba diciendo y dicho o pensado: «Concuerdo contigo, Pablo, que la ira de Dios se derrame sobre los malvados, sobre los injustos, sobre esto que acabaste de mencionar».

Es probable que dentro de esa audiencia había muchos judíos o tal vez romanos moralistas que querían la destrucción de los malvados. Lo que ellos no sabían es que si Dios destruía a los malvados, ellos también serían destruidos. Lo cierto es que Pablo conocía muy bien, mis hermanos, el pensamiento moralista y nacionalista de los judíos. ¿Por qué razón? Porque él mismo, en el pasado, era uno de ellos.

Cuando él despliega el currículum de su vida pasada a los Efesios en el capítulo 3, y a los Filipenses, él concluye en el verso 6, diciendo que él, en cuanto a la ley, era irreprensible, intachable. Es probable que este antiguo Pablo se jactaba de lo que era, se creía mejor que los demás, miraba a los demás con desprecio. ¿Por qué razón? Porque él era un hombre intachable, y esta era la mentalidad de los moralistas judíos. Es por esta razón, y conociendo bien Pablo el pensamiento moralista judío, que ahora él va más a fondo en su análisis respecto al problema de la humanidad y apunta a otro tipo de seres humanos.

Él ya había puesto en primer lugar, desde el verso 18 del capítulo 1, a los inmorales, pero ahora se dirige a los moralistas, que a su manera también incurren en injusticia, niegan a Dios y le rechazan. Veamos cómo comienza el verso 1 del capítulo 2 de Romanos, que se nos dice: «Por lo cual eres inexcusable, hombre, quienquiera que seas tú que juzgas».

Ahora, la acusación de Pablo se amplía. La inexcusabilidad no es solamente de los paganos inmorales, sino también de los moralistas, de aquellos que sí tienen en cuenta la ley de Dios. ¿Y cómo llegamos a esta conclusión de que este otro grupo sí tiene en cuenta la ley de Dios? Porque se nos dice que este personaje, este hipotético personaje, juzga. «Oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas».

Y sabemos nosotros que, para poder juzgar, tenemos que tener en cuenta la ley, algo que el primer grupo de inmorales no tenía en cuenta. Pablo ya dijo en el verso 28 del capítulo 1 que ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, en otras palabras, que ellos decidieron vivir de espaldas a su ley. Ahora, Pablo se dirige a otro grupo de personas que sí consideran la ley, y él les dice: «Quienquiera que seas tú que juzgas».

Si bien esta frase es muy general y amplia, podemos incluir aquí a romanos, a paraguayos o a quienquiera que sea. Es evidente que Pablo tiene en mente a los judíos y a su pensamiento nacionalista y moralista. Los judíos creían que, por ser descendientes físicos de Abraham, por tener la ley y observarla, eran merecedores del cielo.

Fíjense en lo que ahí mismo Pablo más adelante en el capítulo 2, pero del verso 17 en adelante, les dice: «He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor. Confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad». Por otro lado, Pablo también va a decir en el capítulo 9 de Romanos, desde el verso 4 en adelante, que de estos israelitas son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; y de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino el Cristo.

Todo esto les hacía creer a ellos que eran una raza superior y que tenían el cielo asegurado. Hasta el día de hoy, hermanos, nosotros podemos ver este pensamiento moralista, legalista y nacionalista judío. Por ejemplo, en la misma, que es la tradición de interpretación de la Torá, nosotros encontramos que esta dice explícitamente: «Todo judío tiene una porción en el mundo venidero», o sea, por el simple hecho de ser judío, tú ya tienes tu parcela, perdón, tu parcela de cielo asegurado. Eran el pueblo de Dios, vivían bajo su ley, y ellos probablemente pensaban: «¿Qué más nos puede faltar? Llenamos todos los requisitos, el cielo nos pertenece, es nuestro destino, no hay dudas». Para eso podemos ver claramente retratado este pensamiento moralista y legalista de los judíos, por ejemplo, cuando Lucas narra la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18.

Fíjense en el verso 11, cómo ora este fariseo, este judío moralista. ¿Qué es lo que dice el fariseo puesto en pie? Oraaba consigo mismo de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano. Ayuno dos veces a la semana y doy el diezmo de todo lo que gano». Ellos no solamente no hacían lo malo, sino que hacían lo bueno, y lo hacían en exceso o para colmo. Eso era lo que ellos creían que hacían. Y esto, mis hermanos, nos lleva, esto los llevaba, perdón, en primer lugar, a tener un concepto de sí mismos muy alto.

Ellos se creían realmente buenos, justos y merecedores del cielo. Por otra parte, esta errónea autopercepción de perfección y bondad los llevaba, en segundo lugar, también a menospreciar a los demás que no eran como ellos. Si podemos fijarnos en el verso que acabamos de leer de la oración del fariseo, él dice: «Yo no soy como los demás hombres, ni aun como este publicano». Para ellos, los judíos moralistas, los gentiles paganos eran seres malditos y sin ninguna esperanza.

Ellos no tenían chance de salvación, el cielo era solamente judío. Podemos ver este pensamiento también, mis hermanos, en Hechos 11, en el capítulo 10, en el capítulo 11, y en el verso 18, cuando el apóstol Pedro informa sobre la salvación de un centurión gentil llamado Cornelio. Podemos ver un poco de esta mentalidad.

Se nos dice en el verso 18: «Entonces, oídas estas cosas, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: ‘De manera que Dios también a los gentiles ha dado arrepentimiento’. ¡Wow! Incluso al desecho Dios recoge. Eso para ellos era completamente sorprendente. Sorprendente porque que yo, judío, vaya al cielo, me salve, es digno de alabanza, pero digamos que no es gran cosa, como por ejemplo que un gentil se salve.

Eso es algo digno de asombro. Ellos se creían superiores a los demás y los menospreciaban. Ahora, este tipo de persona es a quien Pablo les dice en el versículo uno: «Eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas. Te hablo a ti, judío; a ti, moralista; a ti, romano moralista; a ti, encarnaceno moralista. Tú no eres diferente a los demás, no eres diferente por congregarte en una iglesia, por hacer un conjunto de cosas, por tener tu vida ordenada. Tú no eres diferente a los demás. Lo único que te diferencia, si te has arrepentido y has creído en Cristo, es la gracia del Señor, nada más».

Ahora, Pablo les dice: «Escúchenme bien, judíos moralistas. El problema de la ira de Dios no es con un grupo determinado de personas o con un grupo determinado de seres humanos, sino con todo el género humano que es por naturaleza injusto».

En esta sección de la carta, ya comenzada en el capítulo 1 y el verso 18, continuando todo el capítulo 2 y extendiéndose hasta el capítulo 3, Pablo va a desarrollar la doctrina evangélica del pecado y de la culpabilidad humana. Para Pablo, mis hermanos, en este sentido, solamente hay dos tipos de seres humanos: los malos y los malos que parecen buenos. Nada más.

En Romanos 3, por ejemplo, Pablo va a decir en el verso 9 del capítulo 3: «Pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado», y ahora procede a citar al salmista David en el salmo 14, y él va a continuar diciendo: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno», y va a terminar de una manera contundente en el 23, diciendo: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; judíos y gentiles, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, encarnacenos, asuncenos, brasileros, quienquiera que sea, todos son pecadores y están bajo la ira de Dios; los malos, los inmorales, los que no tienen buena conducta, pero también los malos que parecen buenos, que adornan toda su maldad con buena conducta».

A los primeros, a los malos, a los inmorales, Pablo ya les declaró, como bien dijimos en el capítulo uno, que ellos no tienen excusa para negar al Dios creador porque la creación y su propia conciencia dan testimonio contra ellos. Pero ahora pasa a declararle a los moralistas que ellos tampoco tienen excusa. Y alguno puede, en esta mañana, estar preguntándose: «Bueno, todo muy lindo, pero ¿qué es el moralismo? ¿De qué trata eso? Porque lo nombraste varias veces y yo no lo sé».

Déjenme explicarles, y que sea el primer punto del sermón: ¿Qué es el moralismo? Bien, el moralismo, mis hermanos, y préstenme mucha atención, es más fácil de lo que parece. El moralismo proviene, mis hermanos, de moral. Y ¿qué es la moral? La moral no es otra cosa que las normas que regulan nuestra conducta. En este caso, mis hermanos, la ley de Dios es el parámetro de la moral, o sea, lo que determina lo que es bueno y malo. Por ejemplo, nosotros pensamos que está mal matar. ¿Saben por qué? Porque Dios dice que está mal matar.

Pensamos que está mal mentir, porque Dios dice que está mal mentir. Por otro lado, nosotros pensamos que es bueno amar al prójimo, ¿por qué? Porque Dios dice que es bueno amar al prójimo. Su ley es nuestro parámetro de la moral. Y si alguno se está preguntando: «Bueno, pero el moralismo es malo, ¿pero entonces, y la moral? ¿Sí es buena?» Bueno, sí, mis hermanos, la moral es buena, por supuesto que sí, porque proviene de la ley de Dios. Es Dios quien estableció lo bueno y lo malo. De hecho, todo creyente vive en moralidad.

Ahora bien, escúchenme, cuando nosotros a una palabra, a una persona, o a una cosa, le agregamos el sufijo ismo, y préstenme atención, no es muy difícil, el sufijo ismo, lo que hacemos es poner a esa cosa, a esa persona, o a esa idea en el centro de nuestro pensamiento o del movimiento.

Por ejemplo, si yo les digo a ustedes el cartismo, ¿qué pensarán? Bueno, muchos relacionarán que ese es un movimiento político que gira en torno a la persona de Cartes, Horacio Cartes. De la misma manera, cuando nosotros decimos cristianismo, estamos hablando de un pensamiento que gira en torno a la persona de Cristo. Dicho esto, entonces, cuando nosotros hablamos de moralismo, decimos que el centro de este pensamiento es la moral y ya no Cristo y su evangelio. Dicho esto, que el moralista es alguien que tiene en el centro de su pensamiento no a Cristo y su evangelio, sino a su propia moral y buena conducta.

Quiero que pasemos rápidamente al segundo punto de este sermón, en el cual sí nos vamos a detener un poco más, y es el problema del moralismo, el problema de poner en el centro a la moral y que no esté Dios ni Cristo. Por un lado, el moralista ¿qué hace, mis hermanos? Él rebaja los estándares de la ley de Dios y los reduce a cuestiones meramente externas y superficiales. Al bajar él la ley de Dios a cuestiones meramente externas y superficiales, para él se vuelve algo alcanzable y practicable.

Él ve que por medio de practicar eso él ahora va a ser aceptado por Dios, por medio de eso de su buena moral, de su buena conducta. Fíjense lo que Cristo les dice a estos líderes religiosos en Juan, en el capítulo 5 y en el verso 39: «Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ella tenéis la vida eterna». Ustedes piensan que ese es el medio para tener aceptación para con Dios, para llegar al cielo.

En primer lugar, entonces, el moralista baja los estándares de la ley, cree que puede cumplirlos y que por medio de eso va a ser aceptado por Dios. En segundo lugar, la motivación de él para cumplir los mandamientos en la forma que a él le parece, o para obedecer, la motivación de él no es el amor a Dios, sino los beneficios de la obediencia. Al cumplir externamente la ley de Dios, él es librado de los males que acarrean la vida inmoral. Y para colmo, mis hermanos, en ello recibe reconocimiento.

Ahí está él, mírenme, obsérvenlo, me comporto, miren lo bueno que soy, mi nobleza, mi integridad, yo no soy como los demás hombres, no se dan cuenta que soy diferente, que hay algo diferente en mí. Miren mi familia, miren cómo me manejo, su vida sexual ordenada lo libra de enfermedades venéreas, de embarazos no deseados, de destruir su familia, y por si todo esto fuera poco, todos estos beneficios él encima recibe reconocimiento. Él o ella de una esposa o de un esposo muy fiel, el no mentir para él es ganancia, son beneficios porque él no tiene en cuenta a Dios, pero él reconoce los beneficios que hay en no mentir. ¿Qué hace él? Bueno, él no miente y ahora, gracias a eso, él gana confianza de los demás y gana prestigio.

Este es una persona de fiar, él vive en armonía con quienes lo rodean gracias a seguir preceptos cristianos de caridad y de amor. A él le encantan los beneficios temporales de la ley, es librado de males y es reconocido. Y el moralismo, mis hermanos, es tan sorprendente y llega a puntos, e incluso llega tan lejos, mis hermanos, que muchas veces encontramos hasta ateos moralistas, y eso es algo sorprendente.

Hace unas semanas atrás leí algo que me sorprendió. El famoso ateo y activista por el ateísmo Richard Dawkins, escritor de libros como, por ejemplo, «El espejismo de Dios» o «Ateísmo para principiantes», sorprendió al mundo luego de afirmar en un reportaje que se consideraba a sí mismo como un cristiano cultural. Si bien para este ateo, para este hombre, Dios es una fantasía irracional, él considera que los principios morales que afirma el cristianismo son seguros y sanos para el hombre y la sociedad. Él quiere los beneficios de Dios, pero sin Dios.

Y si bien este caso del ateo moralista es un caso extremo, créanme, mis hermanos, que esto no dista mucho de la realidad de muchos moralistas religiosos. Porque ese es, en esencia, el problema del moralismo: es una religión pero sin Dios, un cristianismo sin Cristo. ¿Por qué? Porque Cristo para ellos está de más, no lo necesitan. ¿Saben por qué no lo necesitan? Porque ellos mismos, por medio de su buena conducta, ya van a llegar al cielo. Ellos están camino al cielo por cómo se comportan.

Por esta razón, mis hermanos, es que el moralismo legalista es totalmente contrario al evangelio de Cristo. El moralismo te dice: «Haz esto y serás aceptado por Dios». El evangelio, sin embargo, te dice: «Cree en que Cristo hizo lo que tú nunca jamás podrías haber hecho, y serás aceptado por Dios en base a lo que Cristo ya hizo». Pablo mismo va a decir a los Efesios, en el verso 6 del capítulo 1, que su gracia nos hizo aceptos en el Amado.

No somos aceptados por cómo nos comportamos, no eres aceptado por venir a la iglesia, no eres aceptado por hacer esto o aquello. Si eres aceptado, es solamente porque Cristo se hizo carne, se hizo hombre y vino a este mundo, se sometió a la ley y de manera perfecta, él fue a la cruz como una ofrenda perfecta y pagó con su sangre por tus pecados. Solamente por medio de eso tú eres aceptado, y por nada más.

A estos moralistas es que Pablo les dice: «En lo que tú juzgas a los otros, te condenas a ti mismo», en el verso uno, «porque tú juzgas y haces lo mismo», y en el verso 3 va a decir: «Oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo». Es probable que esto, al escuchar la primera parte del mensaje de Pablo, mientras él hablaba de los inmorales, estos moralistas, ya sea romanos o judíos, se espantaban. ¿Escuchaste lo terrible de la perversión sexual, homosexuales, escuchaste eso de los asesinos? ¡Qué espanto! Ahora, Pablo les dice a estos que se espantaban con el pecado ajeno, con la inmoralidad sexual, con las perversiones, con las injusticias ajenas.

Les dice: «Ellos son inexcusables y son culpables». Y es como que se da la vuelta y les dice: «Pero ustedes también, no tienen excusas y son culpables». ¿Te parece terrible, judío moralista, romano moralista, encarnaceno moralista? La inmoralidad sexual, te espantas del homosexualismo, pero no te espantas cuando codicias a una mujer que no es la tuya, o a un esposo que no es el tuyo. No te espantas por eso, no te das cuenta de que de esa manera tú también incurres en perversión sexual. Te horrorizas por el asesino judío, pero no te horroriza hablar mal en contra de tu hermano. No te horroriza llamarlo estúpido, porque a eso Dios ya lo considera homicidio. Así de alta es la ley de Dios.

Fijémonos en Mateo 5:21, cuando Cristo enseña solamente este punto de la ley. En Mateo 5:21, él les dice: «Oíste que fue dicho a los antiguos: ‘No matarás’, y cualquiera que mate será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio; y cualquiera que diga: ‘necio’, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: ‘fatuo’, quedará expuesto al infierno de fuego».

Así de alta, mis hermanos, son las demandas de la ley de Dios. Judío, escúchame bien, y tú también, mi hermano, que estás en esta mañana. La ley no se resume solamente en cosas exteriores y superficiales. No tiene que ver solamente con lo que haces, sino que tiene que ver con lo que tú haces, dices, piensas y sientes. Es así de alta la ley de Dios. Todo es juzgado por la ley, y en ella se demanda perfección. «El que hiciere estas cosas», dice la ley, «vivirá por ellas». El que hiciere algunas cosas vivirá por ellas, el que hiciere gran parte de estas cosas vivirá por ella. No el que hiciere estas cosas vivirá por ellas, por otro lado, Santiago dice que el que ofende en un solo punto de la ley se hace culpable de todo.

Lo que haces, lo que dices, lo que piensas y lo que sientes, y de manera perfecta. Así de altas son las demandas de la ley y, naturalmente, mis hermanos, el hombre imperfecto y pecador no puede alcanzar las demandas de un Dios infinitamente santo y perfecto. La verdadera justicia que Dios demanda para ser perdonados y aceptados por Él debe ser perfecta, mis hermanos. Es eso lo que Él demanda, y esta perfección solamente puede ser conseguida a través de la Fe en el perfecto sacrificio de Jesucristo.

Pablo le va a decir a estos mismos romanos más adelante, en el verso 1 del capítulo 5, «justificados, pues, por fe». Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestra conducta. Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de cómo nos comportamos. No, mis hermanos, justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios solamente por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por nadie ni por nada más, solo por Cristo, solo Cristo. En su vida perfecta pudo cumplir las demandas de la ley y llenar los requisitos de la santidad, justicia y bondad que son necesarios para estar en paz con Dios y para alcanzar la vida eterna. Nadie más pudo, nadie más puede, solo Cristo, solo Cristo. Amén.

Ahora bien, está claro que estos judíos no veían la ley de esa manera, con esa imposibilidad de cumplimientos, y a esto es a lo que Pablo se dirige y les quiere hacer entender. Quiere que estos hombres entren en conciencia, que se despierten a la realidad de su condición, que ellos también son pecadores injustos y que están en un gravísimo problema. Y ahora va a pasar a comentarles que la cosa es aún peor, ellos son pecadores. Y en el verso 2 les va a decir más: «Sabemos, verso 2 del capítulo 2 de Romanos, más sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad».

La Biblia de las Américas traduce este verso diciendo: «Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas». O sea, cuando Pablo dice que el juicio de Dios es según verdad, lo que está diciendo es que el juicio de Dios va a ser según la realidad, según la verdadera condición. No solamente se va a juzgar lo que haces, sino también lo que piensas, lo que sientes, la motivación que tú tienes al hacer esto o aquello.

Porque tú puedes hacer algo que parece muy bueno, pero puedes estar pecando porque si yo hago una olla popular y doy de comer a los pobres y lo hago para que la gente me admire, para jactarme, para que digan «¡Qué bueno hay!», y yo estoy pecando contra Dios. Más allá de que el acto en sí sea bueno, el juicio de Dios va a ser según la realidad, según lo que tú sentiste, la motivación que tuviste al hacer esto o aquello. Puede que en esta vida, amigo hermano, escondas muy bien tus intenciones, tus deseos y pensamientos, pero en aquel día, quien ha de juzgarte conoce hasta el más íntimo y oculto de tus deseos.

El escritor a los hebreos, en el capítulo 4 y en el verso 13, va a decir: «Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta». Por otro lado, el Profeta Jeremías, en el capítulo 17 y en el verso 10, va a decir: «Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de su obra». El tipo de juicio divino es de total conocimiento y es, mis hermanos, implacable en cuanto a la justicia, como bien dice Pablo.

Este juicio será según verdad, según la realidad de cada uno, no solamente la realidad externa, sino también la realidad interna. Nosotros podemos ver claramente cuán distinto es el juicio divino, es muy distinto al nuestro. Por ejemplo, cuando Jesús se dirige a los líderes religiosos.

Si nosotros tuviéramos hoy en día un fariseo en esta iglesia, probablemente sería uno de los servidores. ¿Por qué? Porque estas personas eran intachables, no solamente eran intachables, eran admirados por la sociedad por su buena conducta. Uno pensaría que Cristo, en su transitar terreno, iba a tener más problemas con los pecadores, con las rameras, con los ladrones y con los borrachos. Pero eso no fue así.

Cuando Jesús se dirige a estos que eran admirados por su conducta en Mateo 23:27 y los acusa, él les dice: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados que por fuera, la verdad, se muestran hermosos. Están llenos de buena obra, de buena conducta; todos los admiran, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia». ¿Nunca has ido, hermano mío, al cementerio y has visto un gran panteón, un gran mausoleo, con revestimientos caros, con gárgolas, con ángeles, con molduras? Y eso puede parecer muy lindo y una obra de arte, pero por dentro no está más que lleno de podredumbre, de putrefacción y de gusanos. Es eso lo que Cristo está diciendo. Así de duro fue el Señor. Así te ves tú, hombre o mujer, si quieres justificarte delante de Dios por medio de tus obras. Toda tu justicia es como un trapo de inmundicia, porque la única justicia que Dios acepta es la de su hijo perfecto que murió en la cruz del Calvario por pecadores.

Es evidente que Cristo, al juzgar, veía más allá que nosotros, él veía también lo interno. Por su parte, Pablo mismo va a declarar más adelante en este capítulo 2 de Romanos, en el verso 16: «En el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio». Hasta los secretos más guardados saldrán a la luz aquel día. Sí, hermano, lo escuchaste bien, hasta el secreto más guardado saldrá a la luz aquel día. ¿Se te vino algún pensamiento a la mente, algún secretito? En aquel día, todo saldrá a la luz. Si tú no te arrepientes y no confiesas que Cristo es el Señor, si tú no pides perdón por tus pecados, el que va a juzgarte conoce todo, incluso el mayor de tus secretos o el más guardado de tus pensamientos.

Y quiero en este momento parafrasear a Pablo. Porque si el juicio va a ser de esta manera, donde se conoce todo, donde se conocerá todo, quiero parafrasear a Pablo en el verso 3 y preguntarte en serio: ¿crees tú que escaparás? ¿En serio piensas tú que escaparás del juicio divino de aquel que no solamente conoce tus actos, sino también tus pensamientos y tus sentimientos? ¿En serio crees tú que escaparás? Quiera el Señor, mi hermano, en esta mañana, que por medio de su Espíritu y de su palabra, de estos versos, él pueda traer conciencia de pecado, que pueda obrar en los corazones trayendo convicción de pecado. Para que dimensionemos esta verdad, para que la tomemos como se merece.

Y en este punto, mis hermanos, yo quiero que pasemos al último punto de este sermón, que es la condenación de los moralistas. Estos están en un grave problema, porque ellos piensan que están camino al cielo por su conducta, cuando en realidad no es así. Son tan culpables y tan inexcusables como los inmorales. Pero esta es la condenación de los moralistas. Fíjense lo que Pablo dice en el verso 4: «¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?» La Nueva Versión Internacional dice: «De esta manera, ¿no ves que desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia, de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere llevarte al arrepentimiento?»

Los judíos moralistas, o los moralistas en general, mis hermanos, ellos creen que todo lo bueno que les sucede a ellos es resultado de su buena conducta o de lo bueno que son. Lo que Pablo les está diciendo es que las bondades de Dios, todo lo bueno que te ocurre, todo lo bueno que sucede en tu vida, debiera llevarte no a ensoberbecerte, a jactarte que todo lo bueno que te ocurre es porque eres bueno, sino que debería llevarte a humillarte y a reconocerte delante de Dios, y a reconocerlo a Él, que es quien da todas las cosas.

Dios, en su bondad, mis hermanos, nos dotó de raciocinio y nos dio su ley. ¿Y saben para qué nos dio su ley y qué hacemos nosotros? Él nos dio raciocinio, nos dio la ley, y nosotros, en lugar de arrepentirnos, ¿qué hacemos? Es juzgar a los demás. Fíjense, la maldad del hombre toma la bondad de Dios y, lejos de tomarla para arrepentirse y para acercarse a Dios, él la toma para hacer maldad, para juzgar a los demás.

Si en su paciencia, mi hermano, sostiene tu vida, no seas necio. Tú no eres inmortal, no pierdas el tiempo, no pienses que ya más adelante habrá tiempo para Dios. Tómate de esa bondad de Dios que aún está respirando, y que tu corazón está latiendo, para en esta mañana arrepentirte y entregarte por completo al Señor. Si por causa de su longanimidad él todavía aún no te destruyó por tu maldad, no es para que te relajes y confíes que eres un ser especial, distinto a los demás.

Tú necesitas arrepentirte y lo necesitas con urgencia, porque tú no sabes si esta misma tarde tú estarás en un cajón y tus familiares alrededor llorándote, y tú abrirás tus ojos a la eternidad. Tú no lo sabes. Arrepiéntete en esta mañana, que la bondad de Dios, que aún te tiene con vida, te lleve a arrepentirte y hacer las paces con él por medio de Jesucristo.

¿No te das cuenta, oh hombre o mujer, que si tienes una buena familia, no es porque eres un gran hombre, una gran mujer, sino por su gracia? Es él quien te regaló eso. Tú ni siquiera mereces estar respirando su aire, caminando su cielo, su suelo. Perdón, tú no mereces eso, es por su gracia. Si tu corazón está latiendo ahora mismo, no es porque llevas una alimentación sana y porque haces ejercicio, es simplemente porque Dios, en su infinita misericordia, te está regalando vida cuando él bien podía haber derramado el juicio sobre ti y haberte destruido.

Escúchame, tú creyente, en esta mañana que has podido venir al ayuno, que puedes orar y leer tu Biblia, que puedes hacer obras de caridad. Eso no es por tu nobleza, bondad, sino por la gracia de Dios que puso en ti el querer como el hacer, por su buena voluntad. No tomes su buena voluntad para hacer lo malo, para alejarte de él, sino agacha la cabeza y reconócelo. Y él da todas las cosas según le place y ha sido bueno para contigo. ¿Sabes por qué? Porque hoy estás en esta mañana, en este lugar, escuchando que Cristo murió por tus pecados. ¿Lo crees? Dale gloria al Señor. Si no, yo hubiese sido destruido, como bien dice el profeta Jeremías en Lamentaciones 3:22: «Por las misericordias de Jehová no hemos sido consumidos».

Lo cierto, mis hermanos, es que la tragedia del moralista es tan grande que, aunque está rodeado de bondades, no reconoce a Dios y no se arrepiente, no viene a él. Es esta la condenación del moralista. En el verso 5, Pablo dice: «Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio».

A pesar de las enormes e innumerables bondades de Dios, este segundo grupo moralista no quiere agachar la cabeza y reconocer al Soberano. Entonces, lo único que les queda a ellos es el justo juicio de Dios. En aquel día, todo saldrá a la luz y cada injusticia será cobrada. Pablo dice que estos atesoran ira para el día de la ira.

En otras palabras, cada segundo que pasa, hombre o mujer, préstame atención, cada segundo que pasas tú respirando su aire, el aire que él te regala, y tú no tomas esa bondad para arrepentirte, cada segundo estás cargando ira a tu cuenta. Podemos ejemplificar esto con algo muy común en nuestros días, como las lluvias.

Uno puede ver que las gotas van cayendo y parece algo insignificante, no lo tiene en cuenta, y van cayendo las gotas, pero cuando uno menos se da cuenta, esas gotas son una gran cantidad de agua amontonada y, llegado su momento, la potencia de las aguas es capaz de desarraigar los árboles, de mover los vehículos, incluso de tumbar casas y de cobrarse vidas. De la misma manera, tú estás cargando ira para el día de la ira.

Tarde o temprano, así como las aguas acumuladas pueden levantar y destruir ciudades enteras, la ira del Señor te va a destruir de una manera similar, pero infinitamente mayor. Será desatada la ira de Dios sobre los injustos en el Día Final. En este día, que el profeta Amós dice en el capítulo 5 y en el verso 18, «¡Ay de los que desean el día de Jehová!». ¿Para qué quieres el día? ¿Para qué quieres este día de Jehová? Será un día de tinieblas y no de luz. En serio, hermano, ¿en serio, amigo, vas a esperar aquel día para arreglar las cuentas? ¿No te das cuenta que aquel día vas a pagar con tu propia alma por tu injusticia? ¿Vas a esperar aquel día de tiniebla y no de luz cuando hoy, en esta mañana, estás respirando por su bondad y puedes arrepentirte?

Quiero preguntarte en esta mañana, ¿esto del juicio de Dios tan terrible no te genera nada? ¿No sientes nada? Nos preocupamos muchas veces por las cuentas, por las enfermedades, ¿no te das cuenta que esto es muchísimo mayor que cualquier problema que te puede presentar esta vida? ¿No te tiemblan las piernas cuando escuchas sobre el juicio de un Dios santo que va a destruirte eternamente por causa de tus pecados? ¿No te genera nada? Tan duro está tu corazón, tan inerte estás.

Que quiere el Señor que en esta mañana, por medio de su palabra, tú vengas a él en arrepentimiento y fe, que te reconozcas por el bien de tu alma. Como si Dios rogase por medio mío, hermano, yo te ruego que tú te reconcilies con Dios. No esperes a la eternidad. Hoy hay esperanza. Ven a Cristo, ven a él y serás salvo. No habrá destrucción para ti. Habrá paz para con Dios y vida eterna, gozo pleno, un gozo que jamás has experimentado. Si no has venido a la fe, un gozo que no puede darte este mundo, que solamente en Dios se encuentra. No esperes aquel día.

Hoy tienes la oportunidad de solucionar este problema. Si esperas aquel día, mi amigo, lo que tú sufrirás es pena de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. Pero si en este momento estás angustiado, que sea un poco y estás sintiendo que tú realmente eres injusto y pecador, que tú no amas a tu prójimo como debes, que tú muchas veces deseas, piensas y sientes aquello que tú sabes que está mal.

Si te reconoces pecador, si reconoces que tú mereces el castigo por tu injusticia, Pablo tiene algo que decirte a ti. Si te consideras pecador, en 1 Timoteo 1:15, él dice que «fiel y digna de ser recibida por todo es este evangelio». Es lo que Cristo ofrece, salvación para todo aquel que cree. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos. ¿Cuál es esta? Que Cristo Jesús vino al mundo. Escúchame, pecador, escúchame, pecadora, Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

Si tú te sientes pecador, lo que está diciendo Pablo aquí es: Cristo Jesús vino al mundo por ti. Sí, con nombre y apellido. Cristo vino al mundo por ti. Él, cuando estaba en la cruz del Calvario, estaba pensando en ti, con nombre y apellido, y estaba considerando todos los pecados que tú tienes y que vas a realizar durante toda tu vida. Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Ven a él, grábate esto en tu corazón para siempre. Si tú eres pecador, Cristo Jesús vino al mundo por ti.