EL HIJO SUPERIOR A LOS ANGELES (Heb 1:5-14)- 04/02/24

Transcripción automática:
Esta mañana, con la ayuda del SEÑOR, vamos a seguir con la exposición del Libro de Hebreos, la exposición secuencial, capítulo por capítulo, versículo por versículo. Antes de entrar a nuestro texto, quiero dar una breve introducción recordando lo que habíamos dicho en el pasado sermón. Habíamos leído Hebreos 1:1-4 y concluimos que Cristo es el portavoz final de Dios, que Cristo es El Heredero del universo, que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios, que Él se revela como la imagen de la persona de Dios, que Cristo lo sustenta todo, que los sacrificios de antaño no quitaban los pecados, pero el sacrificio de Cristo sí lo hizo, y que Cristo tiene su trono en lo más elevado de los cielos, y por eso era mayor que los profetas. Cristo es mayor que los profetas. Esa es la introducción para recordar lo que habíamos hablado en el sermón anterior.

Ahora, apuntando al mensaje de hoy, si Cristo tiene su trono en lo más elevado de los cielos, está por encima de todo, y eso también incluye a los ángeles. Habíamos hablado de que Cristo era superior a los profetas; ahora, el Hijo es superior a los ángeles. Hablar de ángeles para nosotros, los latinos en general, no es tan impactante o trascendente culturalmente, porque se parte de que no hay una familiaridad con las Escrituras o con los textos bíblicos. Sin embargo, para un judío de la época, hablar de ángeles era como decir que alguien está más cerca del SEÑOR. A ese nivel, había una estima especial hacia la figura de los ángeles. El escritor a los Hebreos demuestra que el Hijo es superior a los ángeles usando las Escrituras que los judíos conocían muy bien. Se valía de los textos que los judíos conocían, yendo al mensaje de hoy, que está titulado como «El Hijo Superior a los Ángeles». Vamos a desarrollar la Epístola a los Hebreos en el capítulo 1, versículos 5 al 14. Si me acompañan con la vista en sus Biblias, dice así la Palabra del SEÑOR:

«¿A cuál de los ángeles dijo el versículo 5: ‘Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado’? Y otra vez: ‘Yo seré a Él Padre, y Él me será a Mí Hijo.’ Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: ‘Adórenle todos los ángeles de Dios.’ Ciertamente, de los ángeles dice: ‘El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego.’ Pero del Hijo dice: ‘Tu trono, oh Dios, es por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.’ Y: ‘Tú, oh SEÑOR, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, más Tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverá, y serán mudados. Pero Tú eres el mismo, y tus años no acabarán.’ Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: ‘Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies’? ¿No son todos espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?»

Hasta aquí el texto bíblico que vamos a desarrollar.

Llegando a nuestro mensaje, el bosquejo de hoy tiene previstas tres grandes razones por las cuales el Hijo, Cristo Jesús, es superior a los ángeles. La primera razón es que ningún ángel ha sido llamado Hijo como sí lo fue Jesús. La segunda razón es que ningún ángel tiene autoridad real. La tercera razón es que ningún ángel está sentado a la diestra del Padre.

Empezamos con la primera razón: La primera razón por la cual el Hijo es superior a los ángeles es que ningún ángel ha sido llamado Hijo como sí lo fue Jesús. Justamente, esta primera razón tiene que ver con el nombre que se le dio a Jesús, que ningún ángel pudo obtener. Dice el versículo 5: «¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: ‘Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado’? Y otra vez: ‘Yo seré su Padre, y Él será mi Hijo.'» Esta porción habla del título especial que tiene nuestro SEÑOR Jesucristo, y con la ayuda de las citas del Antiguo Testamento, y más específicamente del libro de los Salmos, el escritor indica que el Hijo cumplió los pasajes de la Escritura que Él cita, como se pregunta en el Salmo 2, que es un salmo que habla del Reino del Ungido de Jehová. ¿Dijo Dios alguna vez a alguno de sus ángeles: ‘Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado’? La respuesta sabemos que es no. A ningún ángel se le dio el título de Hijo de Dios en ningún lugar de las Escrituras. El Credo de Nicea, que es un credo antiguo, afirma: «Creo en un SEÑOR Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los mundos.» Y la Confesión Belga dice: «Creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, no solo desde el momento en que tomó nuestra naturaleza, sino desde toda la eternidad.» Dios nunca ha sido llamado Padre de ángeles, y ningún ángel se dirigió a Dios llamándole Padre. Ni los arcángeles Miguel y Gabriel, ni siquiera Salomón, que es el hijo del Rey David, de cuyo linaje vendría El Mesías. David y Salomón son reyes del pueblo de Dios, sí, pero Cristo es el verdadero y definitivo Rey divino que es llamado Hijo, y esa es, hermanos, la primera razón: la excelencia de su título, que solo le corresponde a Él y que hace que esté por encima de los ángeles.

Ahora, la segunda razón por la cual el Hijo es superior a los ángeles es que ningún ángel tiene autoridad real. Ninguno. Y esta razón podemos explicarla en una línea: Los ángeles sirven al Hijo, que reina con justicia, que fue ungido por Dios y que tiene el poder eterno sobre la creación. Repito: Los ángeles sirven al Hijo, que reina con justicia, que fue ungido por Dios y que tiene poder eterno sobre la creación. Esa es la idea. ¿Qué ángel tiene autoridad real para reinar? ¿Qué ángel tiene el privilegio de ser ungido y hacer lo que quiera con la creación? Ninguno. Dice el versículo 6: «Y una vez más, cuando Dios trae a su Primogénito al mundo, dice: ‘Adórenle todos los ángeles de Dios.'» Por cierto, el término Primogénito muchas veces se entiende como el primer hijo, pero en realidad, en el contexto, lo que está diciendo es el más elevado, lo más excelente. Esa es la idea. No solo es el mayor que los ángeles, sino que también es adorado por los ángeles. El Hijo es el creador de los ángeles, y Dios ordena a estas criaturas que rindan homenaje al Hijo. Los ángeles, por ser creados, sirven al Hijo. Y saben a quiénes también: a su iglesia, como dice Hebreos 1:14, también a aquellos que heredarán la salvación. Esta cita de «Adórenle todos los ángeles» se basa en el cántico de Moisés en Deuteronomio 32:43. Ahora, en el texto que nosotros conocemos dice «Regocijad, oh naciones, con su pueblo,» pero lo que los judíos tenían a disposición era una traducción llamada la Septuaginta, que significa la Biblia hebrea traducida al griego. En otras palabras, su texto griego decía: «Regocijaos, oh naciones, con su pueblo, y adórenle todos los ángeles, porque Él vengará la sangre de sus siervos.» Esa es la idea: hay una orden para los ángeles de adorar al Hijo. Aunque los ángeles tengan cercanía a la presencia de Dios, a esa gloriosa presencia, ellos adoran al Hijo, Cristo nuestro SEÑOR, como Rey. Ellos le adoran y le sirven. Su trabajo es cumplir la orden del que sí tiene el título real, el título de Hijo y heredero de todo.

Y continúa la Palabra de Dios en Hebreos 1:7. El libro de Hebreos cita a su vez para apoyar su argumento el Salmo 104:4, diciendo: «El que hace a los vientos sus mensajeros y a las flamas de fuego sus ministros.» Y otra vez, «Él hace a sus ángeles vientos y a sus servidores llamas de fuego.» En otras palabras, Él manda a los ángeles. Cumplen así. El contraste entre el Hijo de Dios y los ángeles es muy claro. En ningún lugar de la Escritura se les otorga a los ángeles un título que indique que ellos son iguales al Hijo. Los ángeles son seres creados

, y al ser seres creados, son siervos de Dios y están dispuestos a hacer lo que Él mande. El Salmo 104 es un salmo de la naturaleza bien conocido entre los adoradores judíos y cristianos de la antigüedad, que cantaban este salmo en las sinagogas y en las iglesias. El salmista le da esplendor y majestad a Dios, que como creador extiende los cielos como una tienda y establece las vigas de sus aposentos sobre las aguas. Los vientos son sus mensajeros, los relámpagos son sus sirvientes. Dios tiene un perfecto control de su creación, y eso incluye a sus siervos, los ángeles. El escritor usa este Salmo 104 para mostrar que los ángeles son subordinados del Dios-hombre Jesucristo; son como los vientos y los relámpagos, parte de la creación de Dios, y completamente obedientes a su voluntad. Dios usa a los ángeles para hacer su voluntad, y ellos le sirven de un modo extraordinario, vigorosos como el viento y destructores como el rayo, pero terminan su tarea y regresan a Él como humildes y obedientes siervos, humildes ayudantes, y cerrando la idea de los angeles, dice que son sirvientes.

Ahora hay que describir el reinado de aquel a quien estos ángeles le sirven: el Hijo. ¿Qué hay del Rey para comparar con los servidores? Podemos decir que Él es distinto porque tiene autoridad y reina. Una característica de su reino es que Él reina con rectitud. El versículo 8 dice en Hebreos 1:8: «Tu trono, oh Dios, es por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.»

Es decir, Él es ungido por Dios. La persona de la que se habla en el primer capítulo de Hebreos es llamada el Hijo. Hasta ahora, no se le ha dado otro nombre. El escritor de la carta escribe: «Pero del Hijo dice Dios: El Hijo divino y eterno, tal como se ha demostrado, es el Rey que está sentado a la diestra de la Majestad en el cielo.» Para dar a conocer la estabilidad del trono del Rey, es decir, del trono del Hijo, el escritor de Hebreos cita el resto del versículo: «Y la equidad será el cetro de tu reino.» La frase «cetro de justicia» significa en realidad que el Rey tiene en su mano un cetro que simboliza la autoridad real. El cetro que está en manos del Hijo es un cetro de rectitud para administrar justicia y equidad. Él es perfectamente Santo, justo y limpio, y tiene autoridad y tanto poder que imparte justicia. Él va a juzgar en el día final.

Y, por cierto, para los niños que vinieron al culto, el cetro es algo parecido a un bastón que usaban los reyes y emperadores, y que significa que ellos mandaban. Entonces, ellos tienen el cetro y Jesús es el que manda sobre todos, y Él es un Rey que no es como los reyes que pisaron la tierra, porque Él ama perfectamente hacer la voluntad de Dios. Dios le ungió y le colocó por encima de todos, dice el versículo 9: «Has amado la justicia y aborrecido la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha colocado por encima de tus compañeros, ungiéndote con óleo de alegría.»

El reinado divino no podía ser ocupado por cualquier rey israelita; solamente el Hijo de David, Jesucristo, cumplió las palabras de este salmo. Él ha amado la justicia y odió la iniquidad, tal como lo demostró durante su ministerio terrenal en los días de su carne. Jesús ama la justicia y desea que el pueblo de su reino también la ame y odie la iniquidad, la transgresión, el pecado. La justicia es el cimiento de su reino; es por eso que exhorta a sus seguidores a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia. En base a ese amor por la justicia es que Dios le ha ungido con óleo de alegría. Debe quedar claro que Jesucristo es el ungido de Dios desde la eternidad y hasta la eternidad. Dice que Dios le ungió con óleo de alegría más que a sus compañeros.

Es el Hijo ungido que está puesto por encima de todos sus compañeros y también comparte su gozo con ellos. La palabra compañeros implica que los compañeros de Jesús comparten su justicia y su gozo, y la palabra no es para los ángeles, sino para los seguidores de Jesús que comparten el llamado celestial, como dice Hebreos 3:1. Por eso, Él es el Cristo y nosotros, cristianos, procedemos de Él. «Los arroyos del manantial», dice Juan Calvino; Él es la fuente de la cual las aguas del arroyo surgen. Por consiguiente, Jesús no se avergüenza de llamar a sus compañeros hermanos, como dice Hebreos 2:11. También ellos tienen la unción del Santísimo, dice Juan en su primera Epístola, y luego se añade: «En cuanto a vosotros, la unción que recibisteis permanece en vosotros.» Cristo fue ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros, pero nosotros, por la fe, coherederos, también recibimos esa unción. El Catecismo de Heidelberg en la pregunta 32 dice: «Pero, ¿por qué eres llamado cristiano?» La respuesta es: «Porque por la fe soy miembro de Cristo, participante de su unción, para que confiese su nombre y me ofrezca a Él en sacrificio vivo y agradable, para que en esta vida luche contra el pecado y Satanás con una conciencia libre y buena, y para que después de esta vida reine con Cristo eternamente sobre todas las criaturas.»

Ese Rey ungido, que tiene autoridad sobre los ángeles y los humanos, es justo y tiene un reino estable. Tiene un reino estable que, aunque pasen los años y siglos y milenios, siempre va a permanecer. Aunque los mares se sequen, las montañas se despedacen y el sol se apague, y nada más exista, ese Rey ungido siempre va a permanecer. En Hebreos 1:10 dice: «Y también en el principio, oh Señor, tú pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos.» Como habíamos dicho la vez anterior, el Hijo de Dios es Creador y Sustentador del universo y, como tal, es muy superior a los ángeles. Tú pusiste los cimientos de la tierra, no los ángeles, y los cielos son obra de tus manos, no de los ángeles. El apóstol Pablo, al hablar de Cristo, dijo: «Por Él fueron todas las cosas creadas, las cosas que están en los cielos y en la tierra» (Colosenses 1:16).

Siguiendo la idea de que el reino de Cristo, en el cual confiamos, es estable y superior, dice Hebreos 1:11: «Ellos perecerán», refiriéndose a la creación, «pero tú perdurarás; todos ellos se desgastarán como una vestidura; los enrollarás como un manto, como vestidura serán mudados. Pero tú eres el mismo y tus años no tendrán fin.» Aunque los cielos y la tierra han sido creados por el Hijo, que es eterno, las cosas creadas por Él no son eternas. Todo es temporal. El cielo azul inmenso, si uno mira esas montañas gigantes, parece que nunca se van a terminar, pero están sujetos a cambio. Como dice el profeta Isaías: «Alzad vuestros ojos a los cielos, mirad a la tierra que está debajo; los cielos se desvanecerán como humo, la tierra se desgastará como una vestidura, y sus habitantes morirán como moscas; pero mi salvación durará para siempre, mi justicia nunca fallará.» Tanto el salmista como el profeta usan el ejemplo de la ropa que se va desgastando hasta que no queda más que tirar. Esa ropa que hoy compramos y que se ve espectacular, con los lavados se va desgastando hasta que, en algún momento, queda una de dos: usarla como trapo de cocina o tirar. Usan ese ejemplo para mostrar la poca perdurabilidad, pero el Creador, hermanos, vive para siempre y Él es el mismo porque sus años nunca van a terminar. Sus años nunca terminan, puesto que nunca comenzaron. El Hijo no tiene principio ni fin. Esto, por cierto, nunca puede decirse de los ángeles que pueden vivir eternamente ante la presencia de Dios. Sí, pero su comienzo se registra a partir del momento en que el Hijo los creó.

A partir de ahí, la cita del Salmo 104 nos enseña cuáles son los rasgos del Hijo: que Él es Creador, que es Todopoderoso, que es inmutable y que es eterno. Y así, nuestro texto nos empuja a la última parada, la tercera y última estación, y la razón por la cual el Hijo es superior a los ángeles: esa razón es que ningún ángel está sentado a la diestra del Padre. Dice el versículo 13: «¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra hasta que haya hecho de tus enemigos estrado para tus pies?» Lo que usó el escritor hasta ahora fueron los mismos salmos que se cantaban en las sinagogas, lo que los judíos llegaron a cantar hasta quizás de memoria. Usó lo que ellos tenían en su memoria para que el Espíritu Santo golpee su corazón y a Cristo, y se levanten las manos caídas y las rodillas paralizadas, y que hagan sendas derechas para sus pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.

Eso se logra viendo lo esplendoroso, poderoso, majestuoso, estable y seguro reino de Cristo, al que los ángeles le sirven, y que es Rey por siempre y para siempre. El último salmo citado por el escritor es el Salmo 110: «Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra.» Es bello cómo el Espíritu Santo usa más de una vez también esta pregunta que se responde sola: «¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás?» Empezó la serie en el versículo 5 con esa pregunta: «¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás?» y termina la serie con la misma pregunta que se responde sola. La respuesta es

que a ningún ángel se le dio jamás el honor de sentarse a la diestra de Dios. Aunque su trabajo sea muy importante, en ningún lugar figura que Dios haya honrado nunca a un ángel dándole una recompensa por sus servicios. En ninguna parte Dios promete a algún ángel algún obsequio o distinción o rango. Un ángel es un ángel y seguirá siendo un ángel. El Hijo, por el contrario, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados con su Encarnación, muerte, resurrección y Ascensión, ahí se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Como dice Hebreos 1:3, el Hijo tomó el sitio de honor en respuesta a la invitación del Padre para que se sentara a Su diestra. Jesús mismo, al hablar con los fariseos sobre la identidad del Cristo, citó el Salmo 110:1 y preguntó: «¿Pues si David lo llama Señor, cómo puede él ser su hijo?» (Mateo 22:45). Obviamente, Jesús es el Mesías. Pedro, el día de Pentecostés, citó también el Salmo 110:1 y dijo: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2:36). Pablo, en su capítulo sobre la resurrección en 1 Corintios 15, aplicó también el Salmo 110:1 a Cristo, indicando que todas las cosas están bajo sus pies. El mandato «Siéntate a mi diestra» no está dirigido a David, sino a Cristo, que ha sido elevado a un sitio de honor, sentado junto a Dios Padre.

Esteban, antes de ser martirizado, dijo: «Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hechos 7:56). A los ángeles nunca se les pide que se sienten; ellos están alrededor del trono listos para cumplir los deseos de Dios en favor de aquellos que heredarán la salvación. Están ahí, de pie, esperando los mandatos del Señor, pero Cristo se sienta, como se menciona en el versículo 14: «¿No son todos ellos espíritus ministradores enviados para servir a aquellos que han de heredar la salvación?»

Desde el trono de Dios y desde ese sitial de honor, se les dan órdenes a los ángeles para que actúen a favor y beneficio de los creyentes que heredarán la salvación. Mientras Jesús está entronizado en majestad, honor y grandeza, los ángeles son espíritus ministradores que deben obedecer y servir, y ningún ángel queda excluido. Incluso los arcángeles Gabriel y Miguel son enviados por Dios a actuar a favor de los santos. La Escritura enseña que los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir al pueblo de Dios que heredará la salvación. Anuncian la ley de Dios, hacen llegar mensajes al pueblo de Dios, atienden sus necesidades, son designados guardianes de ciudades y naciones, y reunirán a los escogidos cuando Cristo regrese. Jesús, sentado en su trono, dirá a los escogidos: «Venid, benditos de mi Padre, recibid vuestra herencia, el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.»

Esto es lo que nos enseña el escritor de Hebreos: que Cristo, el Hijo, es superior a los ángeles. Y ¿qué aplicación podemos recoger de esta exposición? El evangelio nos muestra que el Hijo de Dios se hizo carne, efectuó la purificación de nuestros pecados y que, en cumplimiento de la promesa, los creyentes heredarán la salvación, siendo custodiados por ángeles. Eso, sin duda, es el evangelio.

Ahora, un mensaje que expone sin aplicar es como una carta sin destinatario que no da en el blanco. El Señor quiere que Su palabra encuentre cabida en nuestros corazones y que produzca fruto. ¿Cómo podemos aplicar estas verdades evangelísticas y mesiánicas?

Primero, si el Hijo tiene todas las cosas sometidas bajo Sus pies, debemos honrarlo. ¿Cómo lo honramos? Siendo obedientes. Él tiene un cetro de justicia; Él ama la justicia y aborrece la maldad. Esa maldad que Él aborrece, nosotros debemos aborrecerla también. En dependencia del Espíritu Santo, debemos despojarnos del pecado y buscar la santidad en actos, palabras e intenciones. Aprovechando que el Hijo ya hizo la purificación de los pecados por medio de sí mismo, y que Él fue molido por nuestras transgresiones, debemos despojarnos del pecado y buscar la santidad. ¿Cómo puedo decir que soy coheredero con Cristo si mi corazón se deleita en el pecado y no hay una intención genuina de salir de él? El primer gran mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerzas. ¿Está sobre todas las cosas en tu vida, o amas más a ti mismo que a Él? ¿Cuál es tu prioridad? Si hay pecado, confiesa al Padre. Hay un Abogado sentado a la diestra de la Majestad de las alturas, y Él es fiel y justo para perdonarnos. Pero el punto se mantiene: aborrecer el mal y honrar al Hijo.

La segunda aplicación es que, si Cristo está sentado en el trono, y a quien los ángeles sirven y envían para preservar a Su iglesia y a Sus compañeros, los creyentes, debemos considerar a quienes están a nuestro alrededor. Si esa persona a tu lado ha nacido de nuevo, recuerda que es un coheredero de la gracia. Debemos amar a ese coheredero porque el Hijo dio Su sangre por él y hace trabajar a los ángeles para preservarlo hasta el día final. Tiene preparado un gran banquete en las bodas del Cordero para él. No es cualquier cosa; tu hermano es un coheredero de la vida. Es alguien con quien vas a adorar por la eternidad en gloria. Así que, desechando la malicia, debemos perdonar y amar. Estás siendo desafiado a imitar a Cristo, como ejemplo de perdón, paciencia, amor y servicio.

La tercera y última aplicación es para quienes nos visitan hoy y han oído este mensaje. Amigo, Cristo es superior a todos los mensajeros, ángeles y a todo lo que exista en el universo. Se hizo carne, descendió, fue tentado en todo, pero sin pecado. Murió la muerte que debíamos morir, vivió la vida perfecta que nunca hubiéramos podido alcanzar, fue crucificado, muerto, sepultado, resucitó y ascendió a los cielos. Hoy está sentado a la diestra del Padre en la Majestad de las alturas. Él es el Hijo del Dios viviente, y en Él hay salvación. No hay otro lugar ni persona que pueda salvarte de la condición de pecado en la que estás. Te exhorto, por el testimonio de la palabra, a que te arrepientas de tus pecados y creas en este anuncio del evangelio de vida. Arrepiéntete de todo corazón y cree, y serás salvo. Ruega a Dios por vida eterna y por un nuevo corazón. Él dice en Su palabra que el que a Él viene, no le echa fuera. Si te arrepientes y crees en Él, puedes librarte de las garras de la muerte. Dios promete vida eterna, y vida eterna tendrás si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos. Serás salvo. Si Dios ha operado genuinamente en tu corazón, serás coheredero con los redimidos que esperan recibir la gloria eterna. Te garantizo, por el testimonio de la palabra, no por lo que yo diga, sino por lo que Dios reveló en Su palabra y te comunico ahora. Amén.

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